Saturday, August 06, 2005

La Caida de un Elegido

La caida de Viera Gallo

Nunca soporté a José Donoso. Sus escenarios eran demasiado lúgubres para mi gusto y sus personajes eran patéticos. Yo estaba en esos años grandemente entusiasmado con García Márquez como para detenerme en el testigo privilegiado de la caída de cierta aristocracia agraria chilena, superada por otras clases emergentes.

Quizás ese mismo sentimiento me embarga en estos días cuando presenciamos la eventual caída de José Antonio Viera Gallo. Reseñar el espectáculo puede resultar ocioso para lectores bien informados, pero vale la pena una pincelada: El Partido Socialista ideó un mecanismo para la elección de sus candidatos al Congreso y producto de ese mecanismo resulto electo candidato al cupo que ostentaba Viera Gallo el actual diputado Alejandro Navarro.

La reacción de Viera Gallo es la que me resulta abusivamente patética. El Senado, de por sí resulta un espectáculo de señores con ínfulas de aristócratas, en una tierra que se precia de haberse liberado de ellos hace casi dos siglos. Viera Gallo esta dando espectáculo lamentándose de haber perdido la nominación haciendo el juego de la mujer abandonada, que no importa, con su pañuelo entre las uñas, rodeada de sus amigas que se sirven de la honra del prófugo. La reacción no es varonil. No hay talante según la expresión de Rodríguez Zapatero. Lo que hay es lastima. Una pega perdida.

Al final lo que resulta de la situación de Viera Gallo es el total desprecio a la democracia que tienen los grupos dirigentes de Chile. Han olvidado que la democracia consiste en elegir y que sus cargos devienen de resultar electos. El problema, según alguien decía, es que los dirigentes chilenos, producto del binominalismo, de tanto resultar electos han terminado por creerse elegidos. El patetismo de todo esto resulta de una casta de elegidos que ve como uno de los suyos cae en manos de un “arribista” como Navarro, que seguramente es llamado “el chico Navarro”, que se va a venir con los mapuches y aquellos polizontes africanos a distraer el boato de los relucientes salones del poder en donde siempre José Antonio lució perfectamente con sus maneras de arzobispo, sus apellidos de aristócrata, sus relaciones carnales con los Chadwick y la derecha toda, que al fin todos somos la misma familia.